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Entre Castaños

ENTRE CASTAÑOS
Damos inicio a esta ruta circular en Vega de Valcarce, en el llamado Teso de la Forca, mirador natural sobre el pueblo, aledaño al antiguo Campo de la Feria, hoy plaza del Ayuntamiento. Aquí podemos dejar el coche, pues hay espacio para ello.
La ruta que vamos a cubrir es de unos 9 km, con un desnivel de 400 m, esto nos supone cierto esfuerzo, pero rodeados de un entorno privilegiado. Al iniciar nuestro pasos topamos de frente con el monte de los Ameirais, cubierto de matas de caxigos que veremos cimbrearse con el viento, diseminados algunos cerezos silvestres, pradairos y chopos. Más arriba comienzan las urces y en la cumbre las carqueixas.

El camino que iniciamos se adentra en un valle típico de esta tierra, Vallourede.
Es un camino ancestral de los que traían y llevaban gente, mulos y mercancías desde Villasinde y los pueblos de Barjas hasta al valle del Valcarce. Por supuesto, es una cuesta, desde antiguo es llamada A Costa do Rei, que nos lleva desde la cota de los 660 m hasta los 880 m de altitud, casi a la altura de Villasinde.

Por Vallourede, aún llaneando, llegamos al sitio llamado las Callejas. Prados cuidados a nuestra izquierda y sotos primorosos a nuestra derecha, castaños que se hacen más antiguos a medida que ascienden por la ladera. En las Callejas el agua se desborda por el camino y buscamos las piedras sobresalientes para no mojar el calzado. El agua nos acompañará en buena parte de este valle. Pronto empieza a picar un poco el camino, hasta llegar al sitio llamado A Pena da Edra. En este tramo, el camino se acopla al lado izquierdo, lleno de xestas, helechos, caxigos, eléboros y algún piorno. El arroyo de Vallourede suena a la derecha cubierto de sauces, avellanos y chopos, formando, a veces, un dosel que nos protege del sol y alivia nuestro esfuerzo. Si tenemos suerte, una leve brisa de ladera nos refrescará el rostro y formará un murmullo con las hojas que se acompasará con el canto de los pájaros. La amenidad del paraje nos hará levantar los ojos de suelo.



Después de la Pena da Edra el camino se estrecha y se hace más costoso, aquí Vallourede es realmente A Costa do Rei. Subimos, ahora recostados a la derecha del valle por parajes llamados Xestoso, As Abrairas, Teixeruga. A nuestra izquierda, el fondo del valle, con prados y campos de cultivo, también algunas plantaciones de castaños jóvenes y, a nuestra derecha, en el monte, rozándonos, zarzamoras cargadas, morodos suculentos que nos llaman la atención. Cuando llegamos arriba, al final del valle, y divisamos Moldes y las tierras de Barjas, estamos en la Pandela, el cementerio de Villasinde a nuestra izquierda y, en un quiebro de 90º, el camino del pueblo, a la derecha. Subimos un poco hasta ver los castaños de Feixó y las primeras casas.

Pero hagamos una parada, porque el camino tiene una variante, o dos. A la altura de Xestoso podemos tirar a la derecha, buscando la moderna carretera, recular por ella unos 100 m y adentrarnos por el camino viejo, entre castaños formidables, por una cuesta fuerte pero llevadera hasta el collado, o Buqueiro, que nos mete en Feixó, soto de reunión y fiesta, de merienda y baile, también de despedida para los desafortunados que, por circunstancias de la vida, se iban de aquí. Desde Feixó caminamos hacia el pueblo, o mejor, descendemos hasta el camino francés, que llega a Villasinde desde San Fiz do Seo, para visitar al Tío Guillermo, unos 800 años nos contemplan. Merece la pena admirar este monumental castaño, de 16 m de circunferencia en la base, que nos acoge bajo sus ramas.

El caserío de Villasinde asciende sobre la ladera, procurando el Sur, o el Sureste, mirando a la solana, al abrigo de las nieblas y los vientos del Norte. Callejeamos por el pueblo, entre casas de piedra, pizarra y madera, tradicionales y cuidadas. Nos saludan los vecinos, hospitalarios y nos orientan hacia las fuentes de fría y rica agua que viene del padre Capeloso. Nos avituallamos y remontamos la cuesta de la iglesia hacia el Campilín donde nos despiden las últimas casas.

Mirando hacia la mole del monte Capeloso ascendemos entre huertas hacia una explanada más abierta, soleada, que nos permite otear un buen panorama, promesa de lo que veremos cien metros más altos en la zona de las antenas. Pasamos por parajes llamados A Redeigada, O Pousadoiro, O Chao do Lago, A Barxela, Fontecuberta, A Pousa, etc. La toponimia aquí es muy rica. A la Altura de A Barxela, en un camino que hace toboganes, giramos hacia el norte. Llegamos a otra fuente, tomamos resuello y disfrutamos de la frescura del agua, nos queda un último esfuerzo, desde O Couso, hasta el alto en el monte de la Vilela, a 1060 metros de altitud. Vemos en el alto la peña que le da
nombre, A Pena do Cuco (también escuche do Trabuco) y las antenas que nos comunican con todo el mundo.

El esfuerzo ha merecido la pena, después de culminar los 400 m de desnivel, el panorama es impresionante. La brisa nos acaricia, las urces a nuestros pies y el rio Valcarce con su ripisilva serpentea por el fondo del valle, entre nuestro mirador y el monte de las Coronas. Al Oeste vemos los pueblecitos, rodeados de castaños y robledales, las carreteras, los viaductos, en fin, los caminos que ascienden y conducen a O Cebreiro, a Pedrafita, a Santiago, a Galicia. Al Sur vemos la majestuosa y mítica Pena do Seo, fuente del wólfram, y las tierras de Barjas. Al Norte atisbamos los montes y pueblecitos de Balboa y el pico de Peñarubia. Al Este, la salida natural del rio, hacia Trabadelo y, al fondo, entre algo de bruma adivinamos las tierras feraces del Bierzo.

Por desgracia, tenemos que seguir. Desde el punto más alto de nuestra ruta comenzamos la bajada. Desde los 1060 m de altitud, tenemos que retornar a los 660 m de Vega. Pero vayamos despacio, porque en camino, aunque cuesta abajo, es duro. Bajaremos por el cortafuegos, la pendiente es pronunciada y, aunque en el tramo más difícil hay una cuerda para ayudarnos a modo de pasamanos, será necesario trabajar mucho con nuestras piernas y ayudarnos con los brazos si contamos con bastones. Debemos contrarrestar la gravedad, pisar bien y evitar resbalar en los cantos sueltos para no terminar con las posaderas en el suelo. Al final del cortafuegos el camino se remansa y las piernas descansan, nos reciben xestas y urces hasta entrar en un bosquete de caxigos jóvenes. Vamos por un divertido y estrecho camino entre robles, llenos de liquen, bajando poco a poco, hasta que nos topamos con la muralla principal del castillo de Sarracín. Es imprescindible visitar esta antigua fortaleza, sencilla pero impresionante, fundamental en la historia de estos valles.

Un centenar de metros más abajo esta Vega, para llegar a ella pasaremos por los sotos de O Castelo que es como se llama el paraje por la cercanía de la fortaleza. De nuevo, los castaños centenarios nos dan la bienvenida, castaños grandes, huecos, retorcidos, llenos del liquen barbudo. Casi en Vega, a la izquierda, un nuevo soto de grandes castaños, el Cepedal.

Por fin, hemos llegado a la plaza del Ayuntamiento de Vega de Valcarce, cansados, sudorosos, satisfechos, vivos, llenos de naturaleza.